Eduardo Mackenzie
No fue Marian Schuegraf, la embajadora de Alemania en Colombia, quien respondió a mis glosas a su declaración de que “Los nazis no eran socialistas”. En mi nota insisto en que, por el contrario, y según los hechos históricos, el comunismo y el fascismo son hermanos gemelos, son dos doctrinas que “comparten rasgos comunes, desde el punto de vista ontológico e ideológico”. En mi opinión, esos totalitarismos, “sin ser idénticos, comparten el hecho inaudito de haber implantado dos sistemas criminales de gobierno basados en la violencia y en la destrucción en masa”. Dije que el socialismo “fue el caldo de cultivo de donde nacieron dos mesianismos que, en el siglo XX, estuvieron a punto de destruir la civilización humana”.
En lugar de la embajadora contestó un profesor de la Universidad Nacional de Colombia, Alejandro Chala. El profesor Chala, en 11 tweets, intentó explicar lo contrario, que “el socialismo es un antinazismo”, y que no recitar esa faribola refleja una “lectura errada de Arendt”.
En lugar de desarrollar este tema, los estudios de Hannah Arendt, que, entre otras cosas, sostienen lo contrario de lo que dice Chala, éste evita toda reflexión sobre ese punto y sobre los otros de mi texto que no voy a repetir aquí, y se limita a oponer las opiniones de un autor detestable: Adolf Hitler.
Chala asegura que Hitler, en su libro Mein Kampf, “despreciaba el marxismo y el socialismo por ser doctrinas colectivistas que amenazaban con el llamado ‘principio aristocrático’ de la naturaleza”.
Chala toma la biblia del nacional-socialismo como un texto útil, sin decir una palabra sobre el carácter particular de ese panfleto fanático e hipócrita de 1925. Mein Kampf es un texto de propaganda abominable, nazi, revanchista, antisemita, militarista y no un estudio.
La forma de discutir del profesor Chala es, pues, irrelevante, por varias razones: 1.- No responde a las afirmaciones de mi carta a la embajadora Schuegraf; 2.- El único texto que cita seis veces es el bodrio de Hitler. 3. Cita a un tal “Jean-François Faye”, que nadie conoce y que no es citado en la lista de nueve referencias que menciono. 4.- Recomienda la lectura de unos “trabajos académicos”, pero no da índice alguno sobre títulos, autores y contenidos. Sin embargo, el profesor Chala pide leerlos para “evitar estas deshonestidades intelectuales”.
Chala juega al esgrimista. Se defiende con una decena de citas de Hitler. Me parece incomprensible que Chala trate de acercarse a ese debate sin argumentos y sobre esa única base intelectual: el aborrecido libro de Hitler. Chala incluso afirma que lo que dice Hitler sobre su “desprecio del marxismo y del socialismo” es incuestionable. Lo que afirma Hitler “se impone”, dice Chala, “a los relatos deshonestos de la academia”.
Como lo dijo Hitler, para Chala no hay nada más que discutir. ¡Apague la luz y vámonos, ordena el profesor de la Universidad Nacional! Lo dijo Hitler y eso “se impone”. Chala pretende cerrar así el debate con los “deshonestos de la academia”. La credulidad y docilidad de Chala frente a la propaganda de Hitler es vergonzosa.
Chala, en realidad no argumenta nada. Saca, eso sí, el truco mamerto rutinario de la “deshonestidad intelectual” del otro, de sus contradictores. Chala no se da cuenta de que él insulta a personas que él debería respetar, a investigadores, historiadores, escritores, profesores, politólogos, analistas de importancia mundial (Hannah Arendt, Raymond Aron, Claude Lefort, Alain Besançon, Robert Conquest, Martin Malia, Elie Halévy, Jean-François Revel, François Furet, George Watson, Stéphane Courtois, Alexandre Soljénitsyne, Alexandre Iakovlev, Vassili Grossman y Varlam Chalamov, entre otros). Ellos ofrecen los mejores estudios y testimonios sobre el tema del totalitarismo y sus dos atroces caras.
¿Cómo un profesor de la Universidad Nacional puede pretender acercarse a esta polémica blandiendo Mein Kampf y con tanto desprecio y desconocimiento de los trabajos de esos autores?
Un día más tarde, alguien le pide a Chala (ese tweet fue borrado horas después) que declare sus fuentes. Este da los enlaces de cuatro textos de autores, que no estudian ese tema. Entre ellos menciona al prolijo historiador británico Frank McDonough, pero no explica en qué párrafo él respalda la creencia de Chala. En realidad, McDonough contradice al profesor Chala. McDonough admite que “En esencia, el nazismo fue una ‘tercera vía’ bastante mal pensada entre democracia liberal y comunismo” (Hitler and the Rise of the Nazi Party, página 50).
McDonough, sin embargo, no estudia el asunto del estrecho paralelismo entre comunismo y nazismo, ni los antecedentes de ese fenómeno: el pensamiento de los fundadores del socialismo “científico” donde aparecen las ideas fuertes de esos sistemas: la ambición del control total de la sociedad, del Estado-partido, del genocidio, conceptos que son presentados por Marx y Engels como armas legítimas para edificar una sociedad perfecta, para forjar una humanidad radiante y desalienada.
Frank McDonough no analiza lo que ocurrió en el terreno práctico. No obstante, en ese campo es donde apareció la identidad entre comunismo y nazi-fascismo. McDonough simpatiza quizás con el marxismo. Juzga que la base ideológica del fascismo es débil y que la del marxismo es fuerte, por los ensayos de Marx, como si éstos fueran acertados. La visión de McDonough emana de la primacía que él le otorga a la “teoría general” de cada sistema. Ese método unilateral e incompleto le permite concluir que son sistemas antagónicos. No ve que la idea de los fascistas, según él, de “lealtad patriótica estridente y acrítica” y de búsqueda de “un Estado poderoso”, y el feroz antisemitismo, son también, y de qué manera, características del comunismo.
McDonough, en realidad, no es muy riguroso con algunos hechos. Un ejemplo: dice que el marxista italiano Antonio Gramsci “fue ejecutado por los fascistas”, lo que es inexacto. En realidad, Gramsci murió en su casa, en 1937, tras 11 años de detención, abandonado y traicionado por su partido, y luchando contra una vieja tuberculosis ósea que minaba su cuerpo. Fueron 11 años de cárcel fascista en los que él resistió con coraje, y a través de la escritura, como dice el especialista Jean-Yves Frétigné, “contra los males que corrompían su época: el fascismo, el hitlerismo y el comunismo”.
El profesor de la Universidad Nacional dice que Hitler “considera que el nazismo nace como negación del marxismo”. Si esa fórmula es de Hitler hay que decir dónde está. Como no lo hace, es legítimo pensar que es una frase de Chala, y nada más. Chala parece ignorar que Hitler utilizaba una retórica antibolchevique y antimarxista como un elemento de seducción, como una táctica. El profesor de Cambridge, George Watson, escribe en su libro Lost Literature of Socialism que Hitler, en realidad, reconocía deberle mucho a Marx y que había estudiado sus textos durante su detención en Baviera en 1924. Un confidente nazi de Hitler, Herman Rauschning, dice que Hitler “reconocía en privado su enorme deuda con la tradición marxista” y que le dijo un día sin rodeos: “Yo aprendí mucho del marxismo y no vacilo en decirlo”. El mismo investigador inglés concluye que, según los textos de Rauschning “todo el nacional-socialismo estaba fundado sobre el marxismo”.
Chala parece saber poco de la alianza Stalin-Hitler (1939-1941), iniciativa del dictador soviético. Esa alianza (y no “relación”, como escribe Chala) duró dos años y le permitió a Stalin ocupar la Polonia Oriental, los países bálticos, la Carelia finesa y la Besarabia rumana (9 territorios, para un total de 435 000 km²). Chala repite la coartada comunista de ver eso como una peripecia sin orígenes ideológicos y solo como una maniobra de Moscú para “evitar una potencial invasión a la URSS”, aunque ella no la evitó: desde diciembre de 1940 Hitler había dado la orden secreta a la Wehrmacht de lanzar una “expedición rápida” para liquidar a la URSS para ampliar el “espacio vital alemán” (Lebensraum) pero no para luchar contra el comunismo.
El profesor Chala asume que “el nazismo nace como negación del marxismo”. Esa es una creencia que niega la realidad de lo que fueron esos dos regímenes. Esa falsa caracterización recorre todavía las universidades de Bogotá. En 2006, discutí eso mismo con un profesor de la Universidad de los Andes, César Rodríguez Garavito, quien afirmaba que entre el marxismo y el nazismo “no hay nada en común”. A manera de respuesta a Chala citaré al lingüista e historiador de la literatura rusa, Efim Etkind, quien recuerda que “el totalitarismo alemán jugaba la comedia del anti-bolchevismo pero bautizaba su régimen como ‘socialista y obrero’ y tomaba la bandera roja como emblema y fijaba sus grandes fiestas el 1 de mayo y el 6 de noviembre, lo que le daba a Hitler el título de ‘guía muy sabio’”.
Etkind indica, por otra parte, que en la novela Todo pasa, de 1963, Vassili Grossman muestra que “el internacionalismo de los comunistas degenera en un nacionalismo de Estado”, como el régimen nazi. Agrega que en sus obras Grossman muestra, a través de algunos de sus personajes, esa similitud: “Es evidente, dice Etkind, que no hay diferencia de principio entre el nazismo de Hitler y el bolchevismo de Stalin. El fanatismo de raza o el fanatismo de clase convergen. Los dos tratan solo de encontrar un vago e ilusorio fundamento teórico a la esclavitud impuesta al pueblo para asegurar su poder.”
El profesor Chala cree que el marxismo es superior al hitlerismo, pues tenía un “discurso de transformación social ligado a sectores populares”. ¡Qué impostura! La demagogia comunista es una cosa; la realidad del comunismo como sistema y la opresión, la violencia masiva y la hambruna para los pueblos bajo su férula, es otra cosa. El hitlerismo también lanzó esa promesa pérfida y eso desde la República de Weimar, de suerte que el 5 de marzo de 1933, el “pueblo alemán” votó por Hitler y por su histeria antiliberal y contra la modernidad democrática en una coyuntura de una gran agitación y confusión colectiva.
Saber de dónde vienen los totalitarismos exterminadores es de importancia capital, sobre todo en los colegios y universidades y en el ámbito político de Colombia. Por eso esta discusión continuará. La ausencia de traducciones y de investigadores libres es un obstáculo. Sin embargo, el debate seguirá, le guste o no a ciertos “profesores de la Universidad Nacional”, que se ven desesperados, pues esas verdades se abren paso sin que puedan contenerlas. Cada vez más la realidad del comunismo derriba la demagogia comunista. Vassili Grossman estimaba que las múltiples fases del fascismo incluían la revolución de Octubre. Etkind, en un prefacio a Vida y Destino, decía: “Los guías del comunismo ruso querían, quizás, hacerle el bien a la humanidad, ellos sólo aportaron el Mal, un mal sin precedente, inaudito, apocalíptico, a escala universal”. George Watson insiste: “Los verdaderos principios del socialismo no fueron violados por Stalin ni por Mao cuando practicaron sus genocidios: esos principios fueron aplicados por ellos, por el contrario, con escrúpulo ejemplar y fidelidad perfecta a la letra y al espíritu de la doctrina”. Que nadie lo olvide.