Por José Alvear Sanín
Aunque la motivación perversa de los actos siempre se oculta cuidadosamente, hay momentos en los que trasluce. Reprimir por largos años la expresión de los peores sentimientos profundos constituye un esfuerzo agobiador. Mantener la cara risueña mientras el magín concibe incontables infamias representa un empeño tremendo que se traduce en inevitable desequilibrio, incapacidad de reposar, logorrea incontrolable, mitomanía incesante, ánimo pendenciero y compulsión locomotiva, entre muchos otros síntomas de insufrible estrés, cuando se vive desasido de la realidad, entre la alucinación y la fantasía.
Esa descomposición moral, que impulsa a los gobernantes que la padecen desde la depravación personal hasta los mayores desafueros públicos, se desahoga con el permanente castigo a los inocentes ciudadanos, con despotismo y demagogia permanentes.
Mientras mayor sea el número de sus víctimas, más grande será la satisfacción del ego…
Desde hace diez meses circula un asqueante video que revela completamente la psique de Petro. Con la mayor frialdad, en voz baja y con lenta gesticulación, ese risueño personaje, apelando al símil de la caída en cascada de las fichas del dominó (“Shu-shu-shu”), se regocija anticipadamente por la quiebra que va a inducir, una a una, de las empresas prestadoras de salud.
En un país donde el gobierno estimula el descomunal lucro criminal del narcotráfico, de la extorsión y la subversión, se estigmatiza el lícito ánimo de lucro dentro del ejercicio de la libertad económica; y por un prejuicio ideológico se produce eficazmente la quiebra del Sector Salud, para convertirlo en un instrumento de control social esclavizante y en generador de un monumental incremento de poder del Estado sobre la economía.
La correcta atención de los pacientes, la salud de los enfermos y la muerte de los mal atendidos nada importan ante el gozo caprichoso, megalómano y vengativo del déspota, cuyo poder se ha incrementado enormemente en la última quincena, con la entrega de la Fiscalía —por cortesía de una Corte-sana— y por el golpe de Estado ejecutado de manera impune para apoderarse del Sector Salud.
El vociferante Petro se ha superado, pues, en materia de escándalo. Se ha quitado completamente la careta y ya con absoluta desvergüenza celebra su siguiente autogolpe de Estado a través de una constituyente de corte soviético, de consuno con todos los grupos cómplices del tal “proceso de paz total”, para la entrega del país a la revolución.
Por desgracia, mientras el gobierno, cada vez más poderoso, avanza hacia sus fines por la más torcida senda, más gente piensa bobaliconamente que, si Petro no se cae por la acumulación de errores, escándalos, peculados y prevaricatos, o por el próximo e inevitable desastre económico, llegará el momento en el que ya no le sea posible seguir eludiendo el juicio político por violación de los topes electorales.
¡Vana ilusión! Petro nunca se detiene, rectifica, analiza, estudia, deja de violar la ley, ni suspende el proceso de milicianización, con el que ya domina cerca de 400 municipios del país. Y ahora, como si esto fuera poco, a la ruina de Ecopetrol se sumará la confiscación del Fondo Nacional del Café, como para destruir las dos industrias principales del país y avanzar en el proceso de depauperación del pueblo, factor inherente a toda revolución comunista.
Quien se atreve ahora a confesar que las reformas se harán “de golpe” es el mismo que anuncia la abolición de la Carta que juró cumplir. Él bien sabe para dónde va, porque aquí, los establecimientos político y jurídico toleran diariamente los delitos detrás de la gestión oficial.
¡En fin, a mayor desvergüenza, mayor poder!
¡Bienvenidos, colombianos, a la revolución!